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Crítica de la monodieta sensual y afectiva III

Crónica personal de una reflexión colectiva. Tercer encuentro.

Marzo de 2013. Unas 40 personas hablando sobre afectos, amor, relaciones... Éstas son las notas que tomé.

Era ya la tercera vez que nos reuníamos. En esta ocasión a las puertas de la primavera. Seguíamos con ganas de contarnos experiencias, vivencias, de hacernos preguntas, de expresarnos con una libertad y una expectativa de que se nos atienda y entienda que no tenemos fuera de un espacio protegido y acogedor como éste. No se trata de analizar, sino de compartir. Queremos hablar desde el yo o el nosotrxs, pero planteando la propia identidad no como una posición o un baluarte a defender sino como una cronista de lo que nos ha ocurrido o hemos conocido, y como una ávida espectadora de los relatos de los demás, con el objetivo de alterar o incluso romper cualquier construcción identitaria sin miedo, si hace falta. Se trata de estar atentos a qué vamos siendo y a qué no somos, y de compartirlo.


Empezamos preguntándonos por qué nos importa tanto ser lxs únicxs para otra persona. ¿Por qué ese clásico eso se lo dirás a todas que reduce el valor de una expresión de cariño o
de afecto, como si se dividiera al no ser un sentimiento exclusivo? ¿Estoy menos guapx si ves guapxs a otras personas también? Tiramos del ovillo de la broma y nos preguntamos en qué momentos y de qué maneras eso funciona así en nuestras vivencias.

Estábamos de acuerdo en que el tiempo, esa variable física implacable, no se puede multiplicar. Se ha de repartir, aunque también se puede compartir. Es un bien limitado y acotado, sin embargo la capacidad de amar no se prorratea ni se promedia, no se reparte. La experiencia nos dice que, curiosamente, para algunxs ha sido más fácil aceptar situaciones de compartir el afecto que de compartir el sexo. El orden social da un mayor valor al primero y sin embargo condena con más fuerza cuando entra en juego el segundo. Pero esto no es una condena universal, ya que algunxs hemos vivido situaciones en las que los afectos y las interacciones físicas de una persona amada con otras personas no han supuesto un desgaste del amor sino que lo han reforzado a corto y a largo plazo.

Se establece a menudo una jerarquía que sitúa en lugares diferentes a las personas que están en nuestra vida otorgándoles etiquetas como pareja, amigx, amante... Pensamos que es posible que la diferencia esté más en la persona receptora del afecto que en la emisora. La emisora no sufre, pues en ella el sentimiento surge de modo natural, pero la persona receptora pide prevalencia, a veces exclusividad, o quizá lo que realmente pide es satisfacer un sentimiento de importancia. Pese a que son dos conceptos fáciles de distinguir, parece que responde a la cultura de la propiedad, el mercado y lo exclusivo, en la que una obra de arte u otro bien de consumo vale más cuando es único, de serie limitada.

Respecto a las jerarquías, las podemos percibir a veces, pero en algunos casos son muy variables. No varía el nivel al que mis personas queridas pueden contar conmigo, pero sí evolucionan y cambian mis apetencias y mis intereses. Es algo que no quiero evitar ni reprimir. Entre las historias vividas, las de personas que escucharon proposiciones como "a mi novix le gustas y sé que cualquier día os vais a ir a la cama, así que ¿por qué no nos vamos los tres?". Siguió una agradable relación así durante una larga temporada. Otra situación similar que algunxs hemos vivido es la que se plantea cuando tienes el convencimiento de que quieres a alguien pero deseas mantener otras relaciones sexo-afectivas. En este caso, también nos hemos encontrado que todo ha funcionado mejor cuando no se ha excluido, cuando se ha integrado a todas las personas en una historia común. 

En el pasado, algunxs hemos enfocado nuestra afectividad y nuestros proyectos sobre una sola persona, pensando que así íbamos a llegar a los lugares más íntimos e interesantes del mundo afectivo, y hemos encontrado un lugar puntualmente intenso pero, a la larga, sin libertad. Hemos percibido mucha falsedad en los valores que se adjudican a una relación, mucho de intento, de obcecación. Sin conocer la alternativa ideal, sentimos que hay que buscar, investigar, pese al miedo a experimentar con lo más íntimo, viéndose enfrentadxs al vacío y sin bases ni referentes. No es fácil renunciar al estereotipo protector. Otra forma de percibirlo es como un menú que nos ofrece el sistema. Si no nos gusta lo que hay, hemos de salirnos, buscar otra cosa y pagar extra o bien restringirnos a "comer" en pequeños reductos sociales en los que compartimos los valores y en los que, por suerte, sí tendremos el reconocimiento espontáneo y franco de los demás.

Algunxs sentimos que nos da pánico ser amados. Querríamos evitar esta sensación, dejar que nos quisiera una persona y disfrutarlo, pero arrastramos ese miedo que vemos como una limitación. Esto se ha concretado a menudo en que las relaciones más satisfactorias se han producido con personas que no pueden, por los motivos que sean, estado, distancia, etc., amarnos o correspondernos. Sólo si tenemos esa sensación podemos relajarnos y no mantener la guardia. En este sentido, y al menos a priori, pensamos que todavía nos aterraría en mayor medida que nos quisiera más de una persona. Aunque también es posible, nunca lo hemos podido comprobar, que una sensación menos enfocada e individualizada conllevara menos estrés y todo fuera más fácil.

Escuchamos testimonios de personas que están en pareja y sienten deseos de profundizar su relación con otras personas, pero experimentan una cierta aprensión cuando llega el momento. Si te gusta tu vida y quieres mantener tu vínculo de pareja, se te plantean dudas. Pero no puedes dejar de pensar que esa parte de ti que tiene ganas de celebrar, de seducir y ser seducido, de tacto y de gusto, tendrá que ser atendida alguna vez y de alguna manera. Para algunxs el camino ha partido, así, de un modelo básico de pareja y ha avanzado eliminando para empezar los celos y, superada esta etapa, comprobando que no hace falta ya mantener otras limitaciones y se pueden vivir otro tipo de vínculos que involucren a más de dos personas.

Algunxs relatamos nuestro intento de apertura, de cambio a pesar de todas las rigideces, de los estereotipos que lo dificultan. Queremos quedar libres para decidir qué o cómo es el amor que puede funcionar mejor para nosotrxs. Desaprender el modelo que aparece sistemáticamente en los anuncios. Idéntico. Siempre. Sin una sola excepción. Intentamos integrar el hecho de que desear es bueno, sin que nos preocupe la intensidad. No queremos tener que controlar, mermar la intensidad con una persona para compensar quién sabe qué cosa o para conocer a otras. Buscamos la integración en lugar de la compensación, la moderación o la represión. Experimentamos así una nueva sensación de riqueza porque las cosas no son exactamente iguales con una persona que con otra. En cualquier caso, no todas las personas estarán cómodas y realizadas en el mismo esquema. Cada unx habría de buscar cuál es el modelo ideal para desarrollar su afectividad. Para algunxs la intensidad ha de controlarse y mantener un nivel óptimo. Para otrxs la intensidad no debe controlarse pero hay que recordar su valor como sensación puntual que no debe mediatizar decisiones irreflexivamente. Resaltamos el efecto multiplicador que permite que la intensidad de un afecto incremente otros afectos en lugar de repartirse entre ellos. Y también el efecto de desaparición cuando no se ejercita. Para otrxs, finalmente, lo más satisfactorio sería amar intensamente y constantemente a una sola persona.

Escuchamos que unx de nosotrxs encontró una vez en un desván, entre trastos viejos, un cilicio. Buscó en el diccionario y encontró que su uso era "controlar las pasiones". Buscó entonces "pasión" y la primera acepción era, curiosamente, la que se refería a Cristo. Todo esto ilustra la poca confianza que debemos depositar en las palabras si no generamos espacios y elementos de significación y entendimiento, además de todos los espacios que están aflorando y reivindicándose.

Hablamos de cierta forma de categorizar la actitud que tomamos frente a lxs demás en lo que se refiere a las relaciones. Podemos visualizar una gama de posturas ante el afecto que va desde la incapacidad o el rechazo frontal hasta la sublimación absoluta y la idealización romántica. Cualquier posición en esta escala es legítima, pero quizá las menos límite son más fáciles de vivir de una forma sana y sostenible. De hecho, nos fijamos en la realidad preeminente y constatamos que no vivimos en una sociedad basada en la monogamia sino en la apariencia de monogamia. Ese refugio en la apariencia, en el artificio, indica ya un cierto nivel de inconsecuencia.

Según avanzaba la conversación nos dábamos cuenta de que un elemento común a casi todxs era la irritación que nos produce que nos juzguen. Sin embargo, muchas veces somos nosotrxs mismxs lxs que nos juzgamos. Juzgamos nuestra propia historia personal, nuestras apetencias, nuestras inclinaciones. Pensábamos que quizá todo nos fuera mejor si atendiéramos más a cómo nos van las cosas que a cómo nos vemos, si siguiéramos las conductas que nos hacen felices y no las que contrarían menos a ese juez interno que habita en nosotros como inquilino, a modo de guardián de ciertos valores comunales.

Un cierto nivel de diversidad, como por ejemplo unas gafas gruesas en la infancia, ha dado lugar en algunxs de nosotrxs a momentos y entornos muy condicionados, con el sentimiento de "bicho raro" que conlleva incomprensión. Puede existir una conexión entre este sentimiento y la sensación que expermientamos a veces cuando no encajamos en ciertos modelos sociales. Pero ahora disponemos de herramientas y de la capacidad de encontrarnos y compartir, de estudiar de manera crítica "la normalidad" y de darle la vuelta a muchas cosas. Podemos jugar con la percepción de nosotros mismos, con los ajustes en función del contexto, con la habilidad de sacarnos partido, de aprovechar lo que somos y tenemos.

Vimos que también nos resultaba interesante el ejercicio de integrar en un solo concepto todos los tipos de relaciones que implican afecto. Todas tienen importancia y pueden vivirse de dos maneras: como experiencias y como procesos. No somos lo mismo sin esas relaciones y cada una nos ayuda a conocer una parte de nosotrxs. Algunas están dentro del sistema y otras no. Unas nos desvelan ciertas partes de nosotrxs mismxs y otras nos descubren aspectos distintos. Nos gusta más vivirlo así que como antes, cuando lo experimentábamos esperando que las cosas fueran siempre de determinada manera. Hemos crecido aprendiendo la uniformidad, aceptando que cuando te acercas íntimamente a una persona aparece inevitablemente una expresión de amor y, en realidad, cuando eso ocurre, surgen mil sensaciones distintas, que pueden incluir manifestaciones de amor y de otras muchas cosas. 

En relación al tiempo, al recorrido de los contactos con los demás, nos encontramos a menudo con la necesidad de profundizar, de que el trayecto tenga cierta entidad para poder sentir de forma completa a las otras personas, incluso cuando aparecen conflictos y dificultades. Sin embargo, a veces surgen cosas que nos alejan inevitablemente del flujo de contacto con otra persona: limitaciones, miedos, retiradas "a tiempo"... Nos dimos cuenta de que compartíamos cierta tristeza por que esto fuera tan reiterado. Nos parecía que el amor tiene mucho que ver con la vida y que limitar uno limita la otra y al contrario. En este sentido, vimos también que nos interesaba especialmente definir algunos conceptos clave, como el de "amor" precisamente y sobre todo entender qué sentido se le da en el "modelo dominante" para tener la referencia y poder distinguir entre lo que ese modelo convencional ofrece y lo que resuena en nuestra experiencia y en nuestro entorno elegido. Y también, por qué no, para exorcizar, cuestionar y conjurar lo dañino del sortilegio colectivo hegemónico, nombrando, entrando en detalles, fijando los límites de lo que representa.

Nos fijamos también en cuál es el marco social en el que encontramos el modelo preponderante. Es un espacio habitado por sistemas económicos con base en el dominio y la propiedad de los medios de producción, de comunicación y de creación intelectual, técnica y artística que están en manos de ciertas elites; conductas de género patriarcales; criterios morales irracionales; potentes influjos de la moda, el mercado, las necesidades creadas; contratos sociales anclados en la tradición... El matrimonio, por ejemplo, se plantea como un contrato en términos absolutamente arcaicos. Si jugamos a proponer alternativas, gran parte de la sociedad podría aceptar un tipo de contrato de intimidad exclusiva, a 3 años prorrogable de común acuerdo, con comunidad de bienes básicos de residencia y consumo... Pero en esos términos, no tendría sentido proscribir otras formas de contrato, otras variedades, por ejemplo sin exclusividad, con otros plazos, con otras cláusulas en cuanto a la participación en lo común, la descendencia, lo individual, etc.

La cuestión de la (m/p)aternidad también se asomó al discurso en forma de inquietud compartida. La vía más fácil para tener hijxs es a través del modelo aceptado socialmente: la pareja monógama de larga duración. Cualquier otro esquema de partida se enfrenta con incomprensión y dificultades. Se echan de menos posibilidades que compaginen la (p/m)aternidad con la independencia emocional y los afectos libres: tipos de familia extendida, redes de cuidado y cooperación, contratos de crianza, etc. De hecho, hoy en día la herencia económica ya no es una institución tan vital como en otros tiempos, lo que da pie a inventar y reivindicar nuevas formas inspirándonos en las nuevas condiciones de vida y en antiguas tradiciones como por ejemplo la celta, en la que se establecía un "matrimonio" de 5 años y los niños estaban siempre al cuidado de todo el pueblo.

El cambio no será fácil mientras se respire esta atmósfera de inmovilismo. Las limitaciones son muy fuertes, pero nos gustaría que la sociedad, de alguna forma, progresara hacia una integración de las sensibilidades desde el reconocimiento del valor de todos los modelos. Recordamos algunas tribus americanas que cuando invadían los territorios de otros grupos aprendían sus costumbres e integraban a sus dioses, siguiendo el criterio de que si alguien creía en ellos, sería porque existían. En este sentido, ni las costumbres ni los dioses son parte de la "naturaleza" de los humanos sino construcciones culturales. Por eso pensamos que no hay que sobrevalorar lo natural sino dar carta de "naturaleza política", social, moral o intencional a aquello que pensamos puede servirnos, a todo lo que puede funcionar bien para nosotrxs.

Nos parecía que la construcción cultural más severa que dificulta en nosotrxs una elección libre, generosa y noble de las formas de relación, que nos impide disfrutar del modelo más satisfactorio para cada unx es el potente refuerzo que hemos sufrido de una emoción que está presente en casi todas las personas: los celos. Comparamos los celos con otras emociones que no nos cuesta dominar, como besar o acariciar en la calle a alguien que no conocemos o que sabemos que no desea que lo hagamos, robar en un puesto del mercado algo que nos gusta, o quedarnos en la cama aunque suene el despertador y tengamos que ir a trabajar, e incluso los comportamientos agresivos en general. Nos preguntamos qué pasaría si alguna de estas conductas hubiera estado reforzada culturalmente desde la infancia. A todas horas, en todos los medios: canciones, novelas, poemas, programas de televisión, películas... Que se considerara algo legítimo y normal, que incluso su ausencia se asociara a una falta de interés, es decir que su presencia se considerara ¡un signo positivo! Pensamos que los celos son una emoción más, que algunas personas sienten de manera más intensa que otras, pero que se puede dominar sin grandes problemas si se intenta, aunque haya sido convertida en algo a primera vista abrumador a partir de una imposición cultural. Es necesario reivindicar el tabú de la posesión, que el concepto de poseer, controlar y limitar a otra persona sea considerado injusto, inaceptable, indefendible. Los tabúes, en su vertiente positiva, pueden verse como las herramientas que nos permiten controlar tendencias destructivas en el espacio colectivo.

Afloró también a nuestro entusiasmado círculo de palabras y voces la pregunta de ¿a qué cosas se asocia el hecho de decir "te quiero"? Los arquetipos y patrones sociales marcados a fuego provocan a veces que una expresión de alegría, de pasión, que denota un sentimiento de gozar riendo, paseando, compartiendo un día, una noche... se convierta en una expresión de contrato, de promesa, de obligación, en un "te quiero a ti, sólo a ti, para siempre, iré a comer paella con tus padres los domingos, tendremos hijos... Y de posesión "si me correspondes, tú sólo me podrás querer a mí y no podrás tener ninguna otra relación que conlleve amor, seducción, sexo... con nadie más". Reconocemos que el temor de que se entienda algo así ante una simple declaración de afecto y felicidad hace que a veces reprimamos y escatimemos estas sanas manifestaciones de cariño.

Muchxs consideramos que no nos interesa querer a partir de la necesidad, de la carencia, sino del deseo de dar. Se nos adjudica la etiqueta de incompletxs si no estamos en pareja, sobre todo en el caso de las mujeres, con frases como "quedarse soltera" en oposición a "ser soltero". En cualquier caso, te falta algo si no estás casadx y has de buscar incansablemente alguien que te complete. Esto es una base nefasta para el afecto. Queremos desvincular el amor de la necesidad. Y también de la gravedad, de lo solemne; vincularlo a la risa, a la alegría, al humor, a lo interesante y lo divertido, a las ganas de hacer cosas sin limitar con quién ni cómo.

Seis horas más tarde, contentxs de haber compartido experiencias valiosas y miradas renovadoras, nos volvimos a abrazar y nos despedimos hasta el siguiente encuentro.

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